Montaba a la mañana su caballo
con el último sorbo de
cafe
y salía, ganándole a los
peones,
puro brillo de plata en
el apero.
Y cuando el sol caía en
el potrero,
entre mulas, arneses y
jergones,
regresaba cortando
callejones
con todo el horizonte en
el sombrero.
Hoy que habito en un ser
deshabitado
y al que miro vaciado
como un higo,
borro los pasos por donde has andado.
Y te salgo a buscar, padre y amigo,
pues sé que estás aquí y
te haz quedado
para irte sólo si te vas
conmigo.
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